Mario, el niño que esa tarde cumplía cinco años sufría de aguda melancolía.La languidez tan atestada de desesperanzados grises le irrigaba los ojos haciendole sucumbir como por un despeñadero el desánimo en su pecho.Ese dia en la austera fiesta de cumpleaños, las benévolas manos de su madrina le regalaron una cajita con caramelos de colores polvoreádos con una lluvia plateada de azúcar.Al abrirla frente a la mirada rígida de su madre, Mario se embriagó con sólo verlos.Con la curiosidad empujándole la mano tomó el rojo y lo puso en su lengua.Aunque increíble, era la primera vez que degustaba uno como ése.El dulce sabor le inundó el paladar,llenándole la boca de esmeriladas promesas,de triunfadores princípes y gigantescas puertas que cariñosas se abrían ante él.Entonces el mundo le regaló un abrazo y la idea de que el fin de todos los males bailaba redondo y dulce en su boca.Sonriendo guardó los otros para que le duraran toda la vida...
jueves, 15 de octubre de 2009
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